Tal vez el eterno tópico entre el bien y el mal no ha sido más que una cruel mentira: todo apunta a que los malos ya ganaron la batalla definitiva hace tiempo, quizá en el principio, y lo que creímos victorias, metas volantes de la historia bajo las que pasamos los primeros, solo fueron manipulaciones, traiciones, espejismos que, a pesar de toda la sangre que nos costaron, acabaríamos pagando caras o, al menos, perdiendo.
O tal vez, sencillamente, todo fue una estrategia para llegar a este punto: al inicio de un nuevo orden mundial digno de los seriales más apocalípticos, en que una mayoría sin recursos, sin educación, sirve esclavizada a una gran mayoría insultantemente opulenta e intocable.
Parece a veces que la inteligencia es patrimonio de los malos, una inteligencia errada y cortoplacista (pues la suprema inteligencia y el supremo egoísmo es la bondad), pero efectiva al no estar enturbiada por la empatía. Una inteligencia general que debe pactar con la estupidez particular de tantos aliados poderosos y necesarios (y eso lo sabemos muy bien los que sufrimos la política española), acrecentando su poder destructivo. Y lo peor es que la bondad también está comenzando a considerarse únicamente privilegio de los malos.
Porque lo más peligroso no es tener el poder, sino la voluntad de ejercerlo. Lo más peligroso no es ser fuerte, sino desear esa fuerza como arma de destrucción. Lo más peligroso no es la ambición, sino la falta de empatía hacia sus consecuencias. Lo más peligroso no es su miedo ni su fanatismo, sino el que nos inculcan.
Un panorama como para dejarse llevar por la desesperación. O por el inmovilismo. O no necesariamente. Porque tal vez este nuevo escenario exija nuevas estrategias: más sibilinas, más correosas. ¿Debemos entonces ser malos? Hay pocas escuelas que enseñen esta cualidad, dejando a un lado la escuela de la vida con sus métodos educativos incisivos pero erráticos, que no funcionan siempre o no funcionan adecuadamente. Aunque quizá no sea necesario; bastaría con copiar sus métodos. Con ser fríos a pesar de nuestro calor humano; con ser estratégicos a pesar de nuestra indignación impulsiva; con ser activos a pesar de nuestra desmovilización alimentada durante tantos años; con ser valientes a pesar de nuestro temor heredado pues, además, dentro de poco ya sí que no nos quedará nada por perder.
De esta manera, tal vez un día podamos subvertir un sistema ideado para que en él prosperen los malvados y estúpidos y perezcan los bondadosos e inteligentes, los que solo desean tener las necesidades básicas cubiertas, amar, reír y vivir en armonía con el entorno. Aunque ya sabéis que no va a ser fácil.
Creo que has dado en el clavo. Yo pienso que cuanto más rico más rácano, avaricioso, codicioso eres. Eso no estaría del todo mal si no fuera porque dichas premisas se quieren conseguir (y de hecho se consiguen) mediante la explotación del ajeno, mediante la inhumanización de los crueles ante el reguero de miseria y desesperación que se deja a su paso.
E incluso lo peor es que se llega al límite del menosprecio y del cachondeo por las personas que no quieren utilizar la maldad para forrarse. Y cómo no, la maldad, al comprobar con regocijo cómo los más desfavorecidos se tragan las patrañas de que todo sucede exclusivamente por culpa de ellos.
No explotan, humillan, vejan… y encima se ríen de nosotros por ser, ahora que está de moda los anglicismos, unos «looser».
Excelente post, dama Eowyn.
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Gracias. Siempre he pensado que es lícito, que está en nuestros genes, guerrear para sobrevivir. pero ¿cuándo en algunos pueblos ese afán muy humano de supervivencia se convirtió en ambición desmedida y absurda porque ni siquiera trae ningún tipo de felicidad? ¿Cuándo el miedo por la propia debilidad se convirtió en crueldad desmedida hacia el prójimo? No hablo de individuos aislados, sino de pueblos enteros, de un sistema que legitima esa psicopatía colectiva y que convierte en enemigos a destruir a quienes no la siguen, en lugar de marginar a los miembros del grupo con este defecto tan lesivo para la comunidad. ¿Fue el sedentarismo? Me faltan conocimientos para lanzar hipótesis fiables, pero la raíz del mal parece concentrarse en determinados pueblos, que buscan un progreso muy valorable, sí, pero que no han sabido combinarse con el respeto al otro y al entorno, mientras que otros pueblos se mantienen en un estadio «primitivo», pero en armonía con la naturaleza, sus congéneres y ellos mismos.
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